
“Las mujeres son mil veces más curiosas que los hombres”. Es verdad. Y lo mejor, es que no resisten quedarse con la duda.
¡Qué oportunidad, amigos! ¡Cuánta vulnerabilidad toda junta!
Vos mirá: ¿Qué es lo primero que hace un tipo cualquiera cuando pretende levantarse una minita que le gusta particularmente? Trata de impresionarla. Que yo tengo esto; que yo soy tal cosa o tal otra; que mi viejo es; que dababim dadabam. A los diez minutos terminó con la magia. Y las relaciones sin magia están condenadas al fracaso, aunque duren cien años. Además, no se dan cuenta que desnudarse frente a una mujer es firmarle el 08 del poder en la relación. Cagaste.
Cuanto menos sepan de vos, cuanto más intrigante seas, mejor. Es un juego muy divertido. Vos decidís qué mostrarle y cuándo hacerlo. No te digo que es ajedrez, ni una estrategia de guerra, pero si te manejás con inteligencia, podés obtener unos resultados formidables.
Se trata de lo que no mostrás. De lo que ocultás. Ahora, claro: tampoco un Dr. Jekyll y Mr. Hide, porque van a salir todas rajando. Intentá no ocultar nada escabroso.
Es simple: dales muy poca información respecto de vos. Hacé que tus amigos tampoco hablen.
Que la pretendida no sepa si es la única o si tenés trece minas más. Que no sepa por qué no la invitaste a salir antes o qué hiciste el fin de semana sin ella.
Pero tampoco te vayas al carajo: que no dude hasta de tu nombre. Dale algunos pocos datos para que confíe, sobre todo si no tienen amigos en común que le certifiquen que sos un tipo normal, que no la vas a cagar.